miércoles, 20 de febrero de 2013

Debate sobre el estado de la tesis

Señora presidenta, no podemos tolerar el estado en el que se encuentra su tesis doctoral, según nuestros cálculos aún le faltan más de cien referencias bibliográficas que leer, y como usted comprenderá, sin estos conocimientos estaríamos partiendo de una hipótesis incompleta. No se puede empezar una tesis sin haber leído todo lo relacionado con el tema: esto es engañar a los ciudadanos y al Ministerio de Educación, que ha confiado en usted.

Señora líder de la oposición, usted comprenderá que cuando hicimos un listado con 357 referencias bibliográficas, todos y cada uno de nuestros asesores afirmaron con la boca torcida que semejante cantidad de estudios no se los iba a leer ni Perry. Hemos leído lo que las circunstancias nos han permitido, que es bastante más de lo que leyó su partido durante la anterior legislatura.

Señora presidenta, durante la anterior legislatura no habíamos empezado la tesis...

No me venga con demagogias, señora líder de la oposición. Ustedes no hicieron nada por esta tesis y nosotros estamos rescatándola del estado en el que ustedes la dejaron: hemos organizado la bibliografía, hemos leído y resumido unos tostones francamente infumables, en definitiva, hemos cumplido el programa....

¡Eso es mentira! De ninguna manera está cumpliendo con el programa, aún falta la mitad del trabajo de campo y de las lecturas, y ni siquiera ha terminado de redactar el capítulo de la metodología.

Señora líder de la oposición, me indigna su irresponsable postura: usted sabe perfectamente, y si no debería saberlo, que el capítulo de la metodología está prácticamente terminado, a falta de algún detalle sobre la realización de las encuestas, que se incluirá, obviamente, cuando se hayan realizado las encuestas.

Señora presidenta, a los españoles se nos dijo que usted era responsable y ordenada, y el poder le ha corrompido, ahora se acumulan los papeles y los libros en su escritorio, sin orden, ni estructura.

¡Jo, pero en mi cabeza las ideas están ordenadas!

¡Ni cabeza ni cabezo, señora presidenta! No defraude más a los españoles, los medios han publicado que se echa usted una siesta larga, y que dedica algún tiempo al blog, que es una iniciativa suya privada. Por no hablar de sus frecuentes visitas a Alcalá de Henares, donde al parecer está usted invirtiendo algo de dinero....

¡No me constan esos gastos!

¿Nos está diciendo a los españoles que no aprovecha sus frecuentes visitas a la Universidad de Alcalá para tomarse el desayuno especial en la pastelería de la calle Talamanca?

Ah, sí, eso sí.... todo es falso menos alguna cosa que es verdad, y lo del desayuno sí es cierto, pero por lo demás, estoy cumpliendo con las obligaciones que requiere mi cargo, yo nunca dije que esto fuera fácil, pero vemos algunos brotes verdes....

¡Cállese, señora presidenta, cierre el blog y póngase a trabajar!

viernes, 15 de febrero de 2013

El otro amor

Desde mis primeras caladas al cigarrito de la filología, me obsesiona la idea de que la realidad sea un continuo en el que solo identificamos una serie de elementos porque son los que tienen una palabra que los nombra. Me explico: cuando vemos una paleta de colores, un continuo donde el azul se va haciendo cada vez menos azul y más verde, y el verde cada vez menos verde y más amarillo, y cada uno de ellos a su vez se hace más claro, más oscuro, más rosado, más ocre, más transparente, si alguien nos preguntara "¿cuántos colores ves?", quizás olvidaríamos que la respuesta es casi infinita y nos lanzaríamos a enumerar aquellos colores que reconocemos porque ya tienen un nombre: rojo, marrón, celeste, turquesa, naranja. Los más avispados, los que estudiaron artes, diseño, moda, o los más interesados en lucirse, llegarán a identificar el blanco roto, el gris marengo, el color miel, el berenjena, el mostaza, el verde golf, el rojo inglés, pero siempre quedará un azul tristón o un gris insípido que no enumeremos. ¿Por qué? Porque no tiene nombre.

Lo bueno de esta idea es que una puede aplicársela a cualquier cosa que se le ocurra, y como ayer era ese día en el que los dependientes de El Corte Inglés te preguntaban ¿buscas un regalo para tu enamorado?, volvió a mi mente una teoría que vengo rumiando desde hace tiempo: la existencia de un tipo de amor que no tiene nombre. Quizás porque Cupido y las comedias de Hollywood se han adueñado casi por completo de la palabra "amor", igual que los Estados Unidos de la palabra "América", entendemos por amor ese empalagamiento químico-hormonal que disparó ayer la venta de bombones, lencería, flores y peluches con forma de corazón con dos bracitos. De este amor está todo dicho y hay muy poco que añadir. En la paleta de colores de las emociones, seguramente sería el rojo. Luego está el amor de la familia, el amor a los padres, a los hijos, a las abuelas: en mi mente son colores cálidos, amarillos, naranjas. Y el amor a las amigas, que -a mí que pertenezco a la generación Barbie- me parece rosa claro. Y el amor a los amigos varones, un color que huye de lo cursi pero resiste los rayos del sol. Y el flechazo, resultón y hueco, desestabilizador y fácilmente olvidable, quizás un amarillo fosforito como el de los carteles de "se vende".

Y finalmente un tipo de amor, que no es ni el azul tristón ni el gris insípido, pero que no tiene nombre, y mira que se merecería un nombre bonito y vistoso, elegante y duradero. Es ese amor sereno y estable que tenemos con las personas con las que conectamos sin esfuerzo. Es un amor que no chisporrotea pero que no suele apagarse. Es la manera en que queremos a algunas personas, muy pocos escogidos por la suerte -ni siquiera por nuestra voluntad-, con los que quizás no hemos vivido ningún momento trascendental en nuestras vidas, puede que no les hayamos contado nuestros grandes males ni grandes remedios, pero con los que la empatía fluye sin restricciones, al igual que la capacidad de alegrarse de los éxitos del otro (sentimiento, por otra parte, poco común, casi en peligro de extinción debido a las plagas de la envidia y la frustración). Es el amor que se ve en muchas miradas y que se traduce en complicidad, entre el profesor Keating y el alumno Neil Perry en El club de los poetas muertos, entre Woody Allen y Diane Keaton, entre Serrat y Sabina, entre Rick Blaine e Ilsa Lund (a la vista de este amor incoloro, el amor entre Ilsa y Victor no era más que un rojo vulgar), entre House y Cuddy en las primeras temporadas.

Quizás la palabra para esto es "amistad", pero en ese caso deberíamos dejar de llamar amigo a esa persona que te mira a los ojos y no te entiende. Me sigue pareciendo que hay algo ahí, que no es ni azul, ni verde, ni rojo, que no se celebra el 14 de febrero, y de lo que no solemos hablar porque no sabemos cómo nombrarlo. A lo mejor, simplemente, es conexión.

viernes, 1 de febrero de 2013

La coherencia

- Hombreeee, ¿qué tal? ¿cómo te va todo?
- Bueno, ahí vamos... ¿y usted?
- Nah, aquí tomándome mi cafetito y leyendo el periódico, como todos los jubilados... hay que ver cómo está la cosa, ¿eh? ¿has visto lo del Bárcenas?
- Esto ya no tiene arreglo... a mí me han echao y me tengo que ir
- ¿Cómo?
- Que me vuelvo al pueblo, que no me queda un duro para vivir en Madrid y en la casa de mis padres no pago alquiler...
- Vaya, hombre, por dios, ¡cuánto lo siento! ¿y en América no está mejor la cosa?
- Sí, eso estoy pensando, en ahorrar dinero para el billete y buscar trabajo en América... ¡allí sí que viven bien!... en Argentina hay muchísimo trabajo y pagan bien
- Eso dicen... y en Brasil
- Sí, sí, allí encuentro trabajo de lo mío... pero seguro, vamos
- Claro, hombre, anímate, no tienes nada que perder, vete al pueblo y te lo piensas. Dale recuerdos a tus abuelos.

Mientras tanto, en la barra del mismo bar de la periferia madrileña, el propietario del local (fiel devoto de la filosofía de vida mauriciocolmenereniana) reprende públicamente a su camarera sudamericana por haber tardado demasiado tiempo en servir, ella sola, a los veinte clientes que habíamos varado en semejante lugar. De todos es sabido que el pequeño empresario intolerante español, palillo en boca, solo puede desempeñar la más importante de las tareas: cobrar. Porque solo él y su palillo pueden acercarse a la caja registradora. Nadie en su sano juicio pretendería que él atienda a los dos albañiles rumanos que esperan desde hace diez minutos por su almuerzo de menú.

Mientras tanto, en la pantalla del televisor, un señor con traje y corbata hablaba sobre lo absolutamente descabellado que sería pensar que el otro señor de traje y corbata haya blanqueado millones gracias a la ley que aprobó el otro señor de traje y corbata. También la señora repeinada de chaqueta impoluta defendía la absoluta seriedad de su clan, compuesto por otros tantos señores de traje y corbata y numerosas señoras repeinadas con chaqueta impoluta.

Mientras tanto, los dos albañiles rumanos seguían esperando por su menú.

Mientras tanto, el joven del pueblo volvía a su casa pensando en ese paraíso laboral que es América, soñando con un trabajo bien pagado, con ahorrar para una vivienda propia.

Mientras tanto, en algún lugar de América, los familiares de la camarera recibirían un sobre con dinero desde España.

Mientras tanto, en algún lugar de la calle Génova, algún rancio español (esta vez sin palillo) reprendería en privado a otro señor de chaqueta y corbata por haber recibido un sobre con dinero.

Mientras tanto, el jubilado se acaba el cafetito, deja un euro en la mesa, y se va del bar resoplando con su periódico bajo el brazo, enfadado, cansado, desilusionado.

Y lo más curioso de todo es que no bajó el telón, no apareció ningún personaje que humillara a los malvados y reestableciera la dignidad del héroe honrado, no hubo ninguna moraleja, ni un pareado final. Ningún periodista corrió a interrogar a los actores sobre las inquietudes de su personaje, sobre las razones que le llevan a su comportamiento. A nadie le pareció que aquello fuera una excelente representación de la incoherencia humana.